Las reuniones no son el problema.
En las empresas se escucha esto a menudo: “otra reunión que podría haberse evitado con un correo…” ¿Te suena?
El verdadero problema no es reunirse, es no preparar bien las reuniones, no dirigirlas con foco y no hacer un seguimiento posterior.
Porque no se trata de tener menos reuniones, sino de que cada una de ellas sirva para algo.
Una reunión eficaz es aquella que aporta valor, genera decisiones, clarifica responsabilidades y contribuye a los objetivos del equipo o la organización.
Antes de la reunión hay que planificar para aportar valor.
Antes de convocar, pregúntate tres cosas clave:
1- ¿Es realmente necesaria?
2- ¿Qué objetivo persigue?
3- ¿A quién debe incluir?
Cada reunión implica tiempo, coste y atención. Por eso, solo tiene sentido si aporta valor. Analiza si la reunión contribuye a orientar, capacitar y/o motivar a tu equipo. Si no lo hace, probablemente no sea necesaria.
Cuando decidas convocar, informa bien a los participantes: qué se espera de ellos, qué puntos se van a tratar y cuál es el resultado que se busca.
Evita convocar “por inercia” o porque siempre se ha hecho así.
Antes de enviar la invitación, hazte tres preguntas sobre cada asistente:
1- ¿Tiene que intervenir?
2- ¿Tiene que decidir?
3- ¿Tiene que prestar soporte o apoyo?
Si todas las respuestas son negativas, mejor no lo invites (a menos que haya una verdadera razón no contemplada en estas 3 preguntas). Quizás bastaría con incluirlo en el acta o en el resumen posterior.
El éxito de una reunión comienza antes de que empiece.
Durante la reunión: dirige con propósito. Recuerda que el rol de quien lidera la reunión es guiar, no monopolizar. Busca el diálogo, no el debate. Controla el tiempo y las intervenciones. Mantén el foco y evita la dispersión.
Una buena práctica es empezar recordando el objetivo y los tiempos asignados a cada punto del orden del día. Si alguien se desvía, redirige con tacto, pero con firmeza y sin perder el ritmo.
Además, debes de cuidar las normas básicas de convivencia: evitar interrupciones, dejar los móviles fuera de la mesa y respetar los turnos de palabra.
Una reunión eficaz también es una muestra de cultura organizativa.
Después de la reunión: cerrar con claridad. Una reunión no termina cuando se levanta la sesión, sino cuando se concretan los compromisos.
Cierra siempre respondiendo a tres preguntas esenciales:
1- ¿Qué se ha decidido?
2- ¿Quién hará qué y para cuándo?
3- ¿Cómo haremos el seguimiento?
Deja constancia por escrito. Elabora un acta o resumen con los acuerdos, las tareas y los responsables. Si quieres que algo se haga, asígnalo a una persona y ponle fecha.
Recuerda que los objetivos y tareas deben ser SMART: específicos, medibles, alcanzables, relevantes y definidos en el tiempo.
Además, es recomendable evaluar la eficacia de la reunión. ¿Se cumplió el objetivo? ¿Participaron todos los que tenían que hacerlo? ¿Hubo claridad y resultados?
El aprendizaje continuo mejorará la calidad de las reuniones futuras.
Conclusión:
Las reuniones no deben verse como una pérdida de tiempo, sino como una herramienta de liderazgo y coordinación.
El secreto está en planificar, dirigir y evaluar con método. Cada reunión bien hecha es una inversión en productividad, claridad y compromiso.
Aprende a planificar, dirigir y evaluar reuniones productivas y orientadas a resultados.
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